— ¿Cómo quieres que te prepare los huevos, cielo?
—Pues… escalfados. Con caldo de pollo, por favor.
—Muy bien. En unos minutos los tienes.
—Muchas gracias.
—Aquí los tienes, tesoro.
—Mmm... esto… es que… ¿podrían ser pasados por agua? Es que ya no me apetecen así.
—De acuerdo. No te preocupes, ahora mismo te los preparo pasados por agua.
—Gracias, encanto.
—Cariño, pasados por agua, ya están listos.
—Veras, es que… acabo de recordar que así me da repelús si me encuentro parte de la clara cruda ¿puedes prepararlos en tortilla?
—Pues claro, amor. Enseguida estará lista.
—Eres un cielo.
—Ya tienes tu tortilla. Muy hecha, como te gusta.
—Estaba pensando que hace mucho que no los como cocidos con un poquito de tomate frito ¡qué ricos! ¿te importaría prepararlos así?
—No me importa. Voy a prepararlos ahora mismo.
—Gracias, corazón.
— ¡Riquísimos huevos cocidos con tomate frito! Ya los tienes, pocholo mío.
— ¿Sabes? He pensado que casi mejor los comeré fritos, me apetece.
— ¡Marchando una de huevos fritos!
—Date prisa, que empiezo a tener hambre, cariño.
—Tus huevos. Fritos.
— Cielo, ¿no te importaría…?
— ¿Huevos estrellados? No… ¡claro que no me importa! Ahora mismo los tienes listos. Estos mismos servirán.
— ¡Qué haces!
— ¿No querías huevos estrellados? Pues así están estrellados…
— ¡Pero no en mi cabeza!
miércoles, 5 de mayo de 2010
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